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Salud mental y Covid-19 en niños y adolescentes ¿Qué sabemos y qué podemos hacer?


Dejamos atrás un año de gran impacto. La Covid-19 ha traído consigo acontecimientos inesperados y medidas que han afectado de un modo u otro a la población mundial.


Además del efecto socio-económico evidente, las repercusiones en la salud mental han acompañado estos meses de incertidumbre y estados de alarma. La enfermedad, la pérdida de seres queridos o el desempleo, son desencadenantes habituales de reacciones emocionales negativas y posibles trastornos psicológicos.


El aislamiento puede ser, en ocasiones, síntoma y consecuencia de un trastorno psicológico. Y durante varios meses nos hemos visto aislados, de forma necesaria pero no inocua para algunas personas, de un modo u otro. El estrés, la incertidumbre, la (sobre)información, los cambios frecuentes en la rutina y el miedo también han influido en la salud física y psíquica de las familias.


Las emociones, sean positivas o negativas, a veces no son fáciles de expresar, sea por desconocimiento de la palabra que las describe o por no haberlas experimentado anteriormente.

En ocasiones, incluso, no se permite la expresión, invalidando así la emoción y generando la idea de que uno o una no puede sentirse así, de que la emoción es exagerada o de que lo que nos sucede (y cómo lo vivimos) no es tan importante.


La infancia y la adolescencia son periodos de cambios y de inestabilidad anímica, por lo que a veces resulta difícil distinguir lo que es evolutivo de lo que puede llegar a ser un trastorno que produzca, si cabe, más malestar. Por esta razón, prestar atención y detectar señales que pueden indicar que algo está sucediendo puede permitir actuar de forma preventiva o, como mínimo, evitar el máximo sufrimiento posible.



¿Qué se puede ver?



  • Aumento de la tristeza, de la soledad o de la irritabilidad. Estos estados acompañan muchas veces sentimientos de inutilidad o incapacidad, de culpabilidad o de fealdad.

  • Agitación, nerviosismo, hostilidad, aumento de las discusiones o dificultades en las relaciones en general.

  • Alteraciones del sueño, como insomnio o dificultades para despertarse. Pueden ser frecuentes también las pesadillas.

  • Cambios en el apetito, que pueden llevar a cambios observables en el peso habitual.

  • Dolores de cabeza, dolores abdominales u otras preocupaciones con respecto al cuerpo.

  • Dificultades para concentrarse, disminución del esfuerzo o de la motivación.

  • Pérdida de interés por actividades que antes se realizaban con entusiasmo.

  • Disminución de la participación en reuniones sociales o familiares.

  • Cansancio o fatiga mayor de lo habitual y que no se explica por la actividad física realizada.


¿Qué se ha visto durante el confinamiento en España?


Aunque son necesarios más estudios, queremos mostrar en este espacio los resultados obtenidos en dos de ellos, realizados durante los meses de confinamiento.


El primero de ellos (1) analiza las relaciones entre el estado psicológico general de niños y niñas entre 3 y 18 años y los miedos a enfermedades y contagios por virus en el transcurso del confinamiento a través de cuestionarios contestados por los padres y madres.


Los resultados muestran que los síntomas emocionales, los problemas de conducta y dificultades en general han sido las facetas psicológicas más afectadas durante el confinamiento.


Se menciona también que el 70% de los padres entrevistados durante el confinamiento percibía a sus hijos más nerviosos y con más facilidad para enfadarse, y más del 50% afirmaba que sus hijos lloraban más que antes y estaban más tristes.


Los miedos que han sido identificados como propios de esta pandemia han sido: miedo a contagiarse, a que otros se contagien (especialmente, los abuelos), a contagiar a otro, a salir a la calle, a perderse actividades atractivas y a la soledad.


En el segundo (2) se intenta describir en qué medida la situación de confinamiento afecta a los niños en su conducta, problemas de sueño y bienestar emocional. Además, se identifican variables protectoras que pueden servir para paliar posibles efectos negativos por la situación en los niños. Finalmente, se estudia la posible relación entre la percepción de gravedad y controlabilidad de los padres y las reacciones negativas en sus hijos.


La muestra para este estudio fueron familias con hijos entre los 3 y los 12 años, siendo los padres los que proporcionaban las respuestas.


En general, durante el confinamiento se observa un aumento en la frecuencia de las reacciones emocionales, los problemas de sueño y las reacciones conductuales.


Entre las más destacables se describen la irritabilidad, dejar tareas sin terminar, dificultad para concentrarse, el desinterés y el desánimo.

Según el estudio, los niños que practicaban el mismo o más ejercicio físico presentaban menos reacciones negativas, del mismo modo que aquellos que dedicaban menos tiempo al uso de pantallas.


Se menciona asimismo otro estudio que sugiere que la situación de aislamiento puede ser útil para mejorar la interacción entre padres e hijos y favorecer una crianza positiva.


En este estudio no se apreciaban variaciones en los casos en los que los niños tenían acceso doméstico a un jardín, patio o terraza.


El estrés de padres y madres fue el factor de más impacto en los síntomas de los hijos.


Conclusiones y recomendaciones


Las familias necesitan estrategias y herramientas para manejar los miedos que presenta la población infanto-juvenil durante la pandemia y, cuando sea necesario, recurrir a la psicología. La detección puede ser el primer paso para poder ofrecer la ayuda necesaria en cada caso.

  • Practicar ejercicio físico. Tener en cuenta que el ejercicio físico es muy relevante tanto para la salud mental como para la actividad intelectual.

  • Promover un espacio de expresión de emociones y miedos. Muchas veces es a través de dedicar tiempo a la conversación como detectamos los problemas, incluso si no se mencionan expresamente.

  • Es importante adaptar y seguir las rutinas, pero también romperlas. El tiempo libre y la diversión no pueden quedar relegados a un segundo plano en el contexto de crisis.

  • Rebajar el estrés como padre o madre es, en muchos casos, suficiente para que éste disminuya en los niños y adolescentes.

  • La complejidad de cada persona y situación hará necesario, o no, un abordaje más profesional. Que la opción sea, por supuesto, libre, no olvidada.


Albert Cano Ávalos

Nº Colegiado M-24858

 

Si quieres consultar los estudios mencionados:



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